jueves, 9 de junio de 2011

En busca de una libreta

Esta semana fue trágica. La causa directa fue la elección de estos días para vivir el calvario de todos los mortales colombianos que cumplimos la mayoría de edad: legalizar la situación militar.

Después de muchos días de trámites y papeleos, por fin conseguí entrar a un pequeño recinto donde una sola empleada seleccionaba, por orden de llegada, a los elegidos para pasar a resolver su situación militar con el comandante del distrito.

Demoré aproximadamente 2 horas y media esperando escuchar mi nombre. Mientras tanto, quienes me acompañaban en la espera hacían de ésta una oportunidad para desahogar la impotencia frente a la situación. Había todo tipo de reclamos: unos estaban desde el día anterior esperando un turno, otros decían haber estado varias veces en recinto sin conseguir una respuesta, algunos afirmaban que allí habían perdido sus papeles y otros sólo se quejaban de la eficiencia del servicio.

Cuando por fin escuché mi apellido junto con una orden de pago de $2.000 por concepto de una carpeta, sentí que todo había terminado. Sólo faltaba la firma del comandante sobre mi expediente para la expedición de la orden de pago.

El recinto al que me refiero era relativamente pequeño. Tenía un aire acondicionado más o menos antiguo, un televisor CRT (de los “viejitos”) y la silletería estaba averiada. Así lucía todo el cuarto; como normalmente luce un establecimiento público. Era apenas lógico suponer que en su totalidad, el distrito luciría así. Pero después de escuchar mi apellido y entrar a la oficina del comandante, mi supuesto se vino al piso.

El primer indicio del incumplimiento de mi supuesto fue el cambio de temperatura. La oficina del comandante tenía un sistema de aire acondicionado de unidad dividida (tipo split). Pero bueno, después de pensarlo un poco más, quizás una oficina independiente debía tener un sistema independiente.

La oficina era de otro mundo. Parecía irreal que estuviese adentro de un recinto como ese. El comandante tenía a su disposición un televisor LCD, una mesa tallada en madera, un cuadro de una mujer desnuda que cubría casi la mitad de la pared, un computador portátil HP con pantalla táctil, un recipiente lleno de whisky (aparentemente), vasos, un reloj digital de mesa, varias figuras de porcelana, fotos con el presidente, un cielo raso en yeso con acabados manuales y varios celulares. Además, la oficina contaba con la presencia de una muchacha de unos 24 años, vestida con una blusa ajustada, una falda que llegaba hasta antes de las rodillas y unos tacones de unos pocos centímetros. Supuse que era la secretaria del capitán y que éste le debía $500, porque ella le pidió ese valor para comprar una aromática.

A pesar de mi sorpresa, no quería quedarme allí mucho tiempo. La espera había sido agotadora y sólo deseaba salir lo más rápido de ese lugar. Sin embargo, tuve que esperar a que el comandante resolviera algunos asuntos de orden público. Mencionaré los que considero más importantes. El primero fue que encendiera el televisor para la que yo suponía que era su secretaria y que encontrara el canal que ella deseaba. El segundo, y el más complicado, era coordinar la reserva de una habitación para un comandante amigo que venía a descrestar a su nueva novia con un viaje a la exótica Cartagena de Indias.

Luego de 30 minutos de espera en la oficina, el comandante procedió al cálculo del precio de mi libreta militar. La revisión de los documentos duró 1 minuto y la digitación en la calculadora unos 40 segundos. Después de 40 minutos en ese lugar, recobré mi libertad. En mi opinión, los trámites, el tiempo y la espera durante esta semana suman un alto precio por mi libertad militar. Aún no he querido ver la cara de opinión de mis papás cuando vean el papelito (al parecer de un banco) que representa mi libertad militar.

1 comentario:

  1. Por ésa y muchas razones más, cada día digo: “Qué bueno que soy mujer” ...Muy chévere la descripción Quemba!!!=)
    PD: Qué observador eres!

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