miércoles, 29 de junio de 2011

Ineficacia de las CAR

Estos gráficos son extraídos del documento "Reformas fiscales verdes y la hipótesis del doble dividendo: un ejercicio aplicado a la economía colombiana" de Andrés Sánchez. El documento propone una disminución en la carga impositiva del mercado laboral financiada por recursos fiscales derivados de ingresos ambientales. En la consecución de dichos recursos, las CAR juegan un papel importante como autoridades ambientales regionales, en la medida en que las rentas propias generadas por éstas contribuirían a financiar la disminución de algunos costos laborales en el país. Así mismo, el documento evalúa (de forma muy simple) los efectos de la inversión de los recursos de las CAR sobre el cumplimiento de su objetivo. Los resultados sugieren algún grado de ineficacia en la labor desempeñada por estas famosas entidades. PD: En el presente año, el presidente Juan Manuel Santos propuso eliminar las CAR y, luego de dos días, planteó una supuesta reestructuración y no una eliminación total.

Gráfico 1. Recursos de las CAR como porcentaje del PIB

Gráfico 2. Vertimientos industriales en Colombia y su proporción con respecto al PIB.







martes, 21 de junio de 2011

Sobre la imposibilidad de un gobierno de izquierda

Por Héctor Abad Faciolince

A mí me gusta la izquierda por el mismo motivo por el que me gusta el DIM: porque siempre pierden. El año en que el DIM quede cam­peón me pasaré temporalmente al Millonarios. Y si la izquierda estuviera en el poder, yo estaría en la oposición. El deber del crítico es vivir permanentemente en contra del poder, porque el poder es siempre de derecha, por mucho que se defina de izquierda. Nada tan derechista como los gobiernos de Stalin, Mao, Castro, Brezhnev, pues lo típico de la derecha es la opresión y todos estos dictadores oprimen u oprimieron con violencia, supuestamente desde la izquierda, pero con los típicos métodos inventados por la derecha.

De hecho los derechistas aman a los dictadores: Franco apreciaba a Castro (y viceversa). La derecha siempre añora un gobierno fuerte; rojo o azul no importa, pero fuerte. La verdadera izquierda prefiere un gobierno débil, un poder impotente, por decirlo así. Por eso la izquierda debe estar siempre en la disidencia, nunca en el poder. Cuando la izquierda accede al poder, se dere­chiza. Basta mirar al lado, Lula, o más cerquita, Lucho Garzón. De su pasado izquierdista queda un mazacote incomprensible. A Lula de izquierdista le queda la barba, y a Lucho, el cuello de tortuga.

Como la izquierda no es obediente, sino que vive en un proceso permanente de crítica; como la izquierda odia las jerarquías y no respeta a los ídolos de arriba; como para la izquierda es necesario cuestionar todo lo que dicen sus líderes, lo normal es que la izquierda viva dividida. Una izquierda unida es una contradicción en los términos. La sumisión, el respeto a los jefes, la obediencia, son virtudes de derecha. Por eso el Polo y Alternativa no se ponen de acuerdo ni en el nombre.

Yo apoyo de todo corazón, y con todo el cerebro, a ese candidato de izquierda que se llama Carlos Gaviria. Además de motivos personales (entrañable amistad, devoción por su cultura y su pasmosa inteligencia), lo apoyo por un motivo muy izquierdista: porque no va a ganar. Si fuera a ganar, empezaría a echarme pa' atrás. Creo que el gran Carlos, en el poder, sería muy infeliz; no podría seguir siendo lo que es: un gran intelectual. Tendría que empezar a calcular. Además, si Carlos Gaviria ganara las elecciones, su elección sería un desastre para el país. No se en­furezcan, izquierdistas, que me voy a explicar.

Me explico: soy derrotista porque creo que en el mundo globalizado de hoy es imposible un gobierno de verdadera izquierda. Para empezar, desde el mismo día en que Carlos Gaviria ganara las elecciones, los ricos locales sacarían la plata y los inversionistas extranjeros se llevarían el capital. El ejército se pondría en pie de lucha y, a menos que Carlos se rodeara de guardaespaldas cu­banos, acabarían matándolo antes de tiempo. O habría un golpe de Estado, apoyado por los gringos y con cualquier pretexto. Los paracos volverían al monte y a los barrios. Toda la burguesía empezaría a gritar que ahí viene el lobo feroz disfrazado de Papá Noel.

Pero lo único que nos puede salvar de la arrogancia de este gobierno de derecha (y del nuevo gobierno de derecha que vendrá), es que la izquierda saque una votación enorme y quede con una buena representación en el Congreso. Una oposición sólida que le baje los humos a Uribe. El gobierno menos malo, en las condiciones del mundo actual, es un gobierno de derecha (todo gobierno lo es, y más si su origen es derechista) con un fuerte control opositor a la izquierda, que consiga reformas y modere la voracidad de los plutócratas. Es conveniente que haya una izquierda fuerte que sirva de contrapeso a la arrogancia de la derecha en el poder. Es el escenario menos malo. Antonio Navarro, con toda la simpatía que despierta su viveza, con su pata de palo y su mandíbula destrozada por un atentado paraes­tatal, me gusta menos que Carlos Gaviria por varios motivos. Primero, porque fue guerrillero (secuestró, participó en tomas y ataques, sus amigos recibieron plata de los narcos); segundo, porque cada vez es menos de izquierda, y eso está demostrado porque la derecha no le teme (y en cambio a Gaviria sí, que ha sido siempre pacífico y liberal); y tercero, porque vive ha­ciendo concesiones, pues como buen político que es, se acomoda mucho más.

Dirán que Chávez es el contraejemplo perfecto de un gobierno de izquierda en el mundo de hoy. Pero Chávez tiene la chequera infinita del petróleo, un burladero seguro para la huida del capital. Y además, ¿les parecen de izquierda las leyes contra la prensa, los ministros y funcionarios militares, el tan venezolano aroma de la corrupción? Por favor. Yo invito a quienes se consideren de izquierda, de verdadera izquierda, a que apoyen a Carlos Gaviria. Desde Gerardo Molina, la iz­quierda en Colombia no había tenido un candidato tan serio y tan decente. Hay que apoyarlo hasta esa gran victoria que significará que saque muchos votos sin ganar. Lo mejor para el Uribe Dos que nos espera, será casi perder; y lo mejor para la izquierda, casi ganar.

Noviembre 28, 2005.

jueves, 9 de junio de 2011

En busca de una libreta

Esta semana fue trágica. La causa directa fue la elección de estos días para vivir el calvario de todos los mortales colombianos que cumplimos la mayoría de edad: legalizar la situación militar.

Después de muchos días de trámites y papeleos, por fin conseguí entrar a un pequeño recinto donde una sola empleada seleccionaba, por orden de llegada, a los elegidos para pasar a resolver su situación militar con el comandante del distrito.

Demoré aproximadamente 2 horas y media esperando escuchar mi nombre. Mientras tanto, quienes me acompañaban en la espera hacían de ésta una oportunidad para desahogar la impotencia frente a la situación. Había todo tipo de reclamos: unos estaban desde el día anterior esperando un turno, otros decían haber estado varias veces en recinto sin conseguir una respuesta, algunos afirmaban que allí habían perdido sus papeles y otros sólo se quejaban de la eficiencia del servicio.

Cuando por fin escuché mi apellido junto con una orden de pago de $2.000 por concepto de una carpeta, sentí que todo había terminado. Sólo faltaba la firma del comandante sobre mi expediente para la expedición de la orden de pago.

El recinto al que me refiero era relativamente pequeño. Tenía un aire acondicionado más o menos antiguo, un televisor CRT (de los “viejitos”) y la silletería estaba averiada. Así lucía todo el cuarto; como normalmente luce un establecimiento público. Era apenas lógico suponer que en su totalidad, el distrito luciría así. Pero después de escuchar mi apellido y entrar a la oficina del comandante, mi supuesto se vino al piso.

El primer indicio del incumplimiento de mi supuesto fue el cambio de temperatura. La oficina del comandante tenía un sistema de aire acondicionado de unidad dividida (tipo split). Pero bueno, después de pensarlo un poco más, quizás una oficina independiente debía tener un sistema independiente.

La oficina era de otro mundo. Parecía irreal que estuviese adentro de un recinto como ese. El comandante tenía a su disposición un televisor LCD, una mesa tallada en madera, un cuadro de una mujer desnuda que cubría casi la mitad de la pared, un computador portátil HP con pantalla táctil, un recipiente lleno de whisky (aparentemente), vasos, un reloj digital de mesa, varias figuras de porcelana, fotos con el presidente, un cielo raso en yeso con acabados manuales y varios celulares. Además, la oficina contaba con la presencia de una muchacha de unos 24 años, vestida con una blusa ajustada, una falda que llegaba hasta antes de las rodillas y unos tacones de unos pocos centímetros. Supuse que era la secretaria del capitán y que éste le debía $500, porque ella le pidió ese valor para comprar una aromática.

A pesar de mi sorpresa, no quería quedarme allí mucho tiempo. La espera había sido agotadora y sólo deseaba salir lo más rápido de ese lugar. Sin embargo, tuve que esperar a que el comandante resolviera algunos asuntos de orden público. Mencionaré los que considero más importantes. El primero fue que encendiera el televisor para la que yo suponía que era su secretaria y que encontrara el canal que ella deseaba. El segundo, y el más complicado, era coordinar la reserva de una habitación para un comandante amigo que venía a descrestar a su nueva novia con un viaje a la exótica Cartagena de Indias.

Luego de 30 minutos de espera en la oficina, el comandante procedió al cálculo del precio de mi libreta militar. La revisión de los documentos duró 1 minuto y la digitación en la calculadora unos 40 segundos. Después de 40 minutos en ese lugar, recobré mi libertad. En mi opinión, los trámites, el tiempo y la espera durante esta semana suman un alto precio por mi libertad militar. Aún no he querido ver la cara de opinión de mis papás cuando vean el papelito (al parecer de un banco) que representa mi libertad militar.

martes, 7 de junio de 2011

Libertad Dominical

Fue hace algún tiempo; más exactamente a mediados de 2006, cuando tenía 14 años. Adicional al típico desgano juvenil por asistir a misa, yo sufría de una inmensa curiosidad por la actitud de los demás frente a la asistencia a la iglesia. El resultado de mi curiosidad fue la negativa de asistir a misa de ahí en adelante hasta que sintiera que mi actitud fuese la adecuada.

Yo suponía que cada uno iba a vivir un momento de reflexión interior y de diálogo con Dios, con excepción de los niños que iban obligados por sus padres y de las señoras que hicieron de la capilla del barrio el mejor sitio para compartir los chismes de la semana.

Yo no tomaba en cuenta las misas incluidas en el horario escolar. Como todo colegio católico que se respete, incluía en su plan académico anual una hora semanal dedicada a la Eucaristía. De la misma forma, como en todo colegio católico que se respete, casi nadie tomaba en serio la misa; ni los alumnos, ni los profesores. La hora semanal de misa era la hora para “descansar los ojos”, recoger la plata del bingo/tómbola y para dar los avisos importantes (los de plata y reputación) del plantel aprovechando los minutos después de la comunión. Por esto, y más, esta clase de misa no podía incluirla en mi análisis: iban casi 150 tipos de 17 años promedio, con sueño acumulado de la noche anterior y, a veces, con un guayabo que no daba espera.

Sin embargo, excluyendo este tipo de misa, los niños y las señoras comunicadoras, aún encontraba actitudes extrañas en la gente que asistía.

Por un lado, estaban los jóvenes. Hablo de los que tenían entre 20 y 28 años. A simple vista uno diría que asisten a misa porque quieren. Son adultos, independientes y con una fe, por lo general, inculcada en familia. No tendría sentido que fuesen a misa por una razón diferente al encuentro periódico con Dios. Pero me equivoqué. Aún no sé porqué van, pero van, y no precisamente a ese diálogo. Para esa época, yo asistía a la iglesia de Manga con mi familia. Los veía entrar con su familia, novio (a) o amigos. En la misa, su actitud era similar a un animal en un zoológico. Parecían no encontrarse; miraban hacia arriba, bajaban la cabeza, buscaban compañeros de mirada a los lados, jugaban con sus manos, cuidaban al hermanito chiquito, o les sonaba el celular y contestaban en medio del desarrollo de la eucaristía. Hacían todo menos escuchar la misa que, aunque repetitiva, algo de enseñanza le traía a sus vidas. Yo no entendía por qué iban a desperdiciar una hora de su tiempo ahí; no me parecía lógico.

Por otra parte, estaban los padres. Unos tenían que lidiar con la desesperación de sus hijos por hablar, moverse y llorar. Otros batallaban con Morfeo, y otros hablaban del encuentro social previo a la misa en las afueras de la capilla. Yo no entendía (y no entiendo aún) por qué iban a gastar una hora en una misa que no aprovechaban pudiendo disfrutar ese tiempo en casa con su familia, por ejemplo.

A raíz de esta experiencia, mi curiosidad se hizo cada vez más grande. Todos los días cuestionaba aún más la disposición hipócrita de la gente ante la eucaristía. Me parecía un irrespeto hacia quienes sí aprovechaban la misa y hacia el sacerdote.

El problema era que yo era uno de esos hipócritas. Iba a misa sin saber ir a misa, a qué ir a misa y por qué ir a misa. Debo confesarlo: detesto a los hipócritas. Así, cada día veía más complicado pelear conmigo mismo. Ir a misa era ir en contra de lo que me disgustaba e ir en contra de mi mismo y, contrario a otros, a mí no me gusta pelear conmigo mismo. Por eso, decidí no ir más a misa hasta que considerara que mi actitud era la adecuada. Volvería ir a misa (salvo aquellos matrimonios familiares de los que nadie se salva) el día en que lograra aprender cómo ir a misa. Quizás pueda excusarme en la falta de ejemplos, y algunos dirán que mi día viene llegando, pero debo ser sincero: aún disfruto de esas horas libres los domingos.