miércoles, 29 de diciembre de 2010

Señora Muerte

Por Héctor Abad Faciolince.

Si quieren a alguien y temen por su vida (enfermedad, viaje riesgoso, oficio peligroso), le piden a Dios que lo proteja; si odian a alguien y lo quisieran ver muerto, le piden a Dios, con hermoso eufemismo, que-se-acuerde-de-él. Si efectivamente es Dios el que evita la muerte o el que nos la manda, ¿por qué un Dios infinitamente misericordioso permite que un niño se muera de hambre, o en medio de inmensos sufrimientos durante una enfermedad, o en algún accidente tenebroso? Y ¿por qué un Dios que es el espejo de la Justicia no les manda con más frecuencia un infarto a los tiranos, un derrame cerebral a los torturadores, un tembloroso mal de Parkinson a los sicarios? Porque los designios de Dios son insondables, responden los teólogos y con esta no-respuesta se lavan las manos.

Este año, sin embargo, mi Dios se ha acordado de dos dañinos hombres poderosos en ejercicio. En abril se acordó, mediante un accidente de aviación, del ultraconservador, homófobo, partidario de la pena de muerte, nacionalista a ultranza, intolerante, Lech Kakzyniski, presidente de Polonia. Como era además un católico ultramontano, yo me pregunto también de qué manera entenderán estas cosas de Dios los católicos ultramontanos. Si es Dios quien manda o evita la muerte, ¿por qué se la manda a su escudero más activo? Repetirán que los caminos de Dios son misteriosos. Y lo son: tantos Tupolev que ha tomado en su vida Fidel Castro, y acordarse mi Dios de uno de sus más fervorosos partidarios, y no del tirano cubano…

A finales del año pasado se murió de gripe AH1N1 el guardaespaldas y jefe de seguridad del presidente Correa de Ecuador. Poco después el mismo Correa cayó enfermo. Y como hacía apenas una semana había habido una cumbre de presidentes iberoamericanos en Quito (Chávez, Ortega, Uribe, la señora Kirchner), me imaginaba yo que Dios no iba a desperdiciar esta oportunidad natural para librar a media América Latina de sus mesiánicos hombres fuertes. Qué va: Correa se salvó y ninguno de los otros se enfermó siquiera. Quizá la justicia exista en el más allá, pero en el más acá no parece.

Sin embargo, esta semana la Señora Muerte se hizo de nuevo presente para recordarnos lo que ya sabía don Jorge Manrique: “así que no hay cosa fuerte/ que a papas y emperadores/ y prelados,/ así los trata la muerte/ como a los pobres pastores/ de ganados”. Con un infarto masivo del miocardio la Señora Muerte vino a llamar a la puerta del presidente que más se ha enriquecido con el corrupto ejercicio del poder en los últimos tiempos: Néstor Kirchner. Su fortuna, ya considerable antes de que él y su consorte llegaran al poder, se ha multiplicado sospechosamente en el último lustro. Pero de nada le valió tanto dinero. El ex presidente, el diputado de la República, el líder del Partido Justicialista, el secretario general de Unasur y el más firme candidato presidencial para las elecciones del año 2011, fue fulminado de repente. Como lo seremos todos.

La muerte no discrimina y no parece obedecer a un designio divino, sino a un dibujo azaroso y sin sentido. Se va llevando por igual buenos y malos. No era como creía, pesimista, De Greiff: “Señora Muerte que se va llevando/ todo lo bueno que en nosotros topa”. No es tan injusta porque también se va llevando todo lo malo con que nos topamos. Se lleva a los campesinos y a la gente de tropa, pero también a los más encumbrados. Lope de Vega la describió cuando llegó a llevarse al Rey Felipe II: “una mujer desgreñada/ está llamando soberbia,/ no porque no pueda entrar,/ mas porque al dueño respeta./ Sin ojos viene, aunque mira/ cuantos nacen, siendo ciega,/ y sin carne, porque acaba/ cuanta mortal carne encuentra”. Los poetas, tal vez, llegan a una conclusión más sabia que los creyentes: la muerte es ciega y mata por igual a niños, malos, buenos, emperadores, obispos, novelistas y tiranos.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Disciple - Slayer

Recomendadísimo, siempre, Slayer en una descarga de furia y adrenalina única.

http://www.youtube.com/watch?v=o795GsA9UTw

Es sagrada la libertad

Por Héctor Abad Faciolince

Nada es sagrado, ni siquiera la libertad. El mundo de hoy es tan complejo, que mirarlo con los lentes de algún "valor absoluto" (y la libertad podría ser uno de ellos) nos puede conducir por un camino de violencia y destrucción. Aunque la libertad de expresión es un alimento fundamental para todas las otras libertades, los que la defendemos y queremos ejercerla sin cortapisas, debemos tener siempre un límite, no impues­to por ningún Estado o por ninguna religión, sino una res­tricción que nosotros mismos deberíamos aceptar. Incluso los que creemos que nada es sagrado debemos tener, en aras de la convivencia pacífica, la sabiduría de no escupir sobre lo que otras personas -con razón o sin ella- consideran sagrado.

En el mundo de hoy ya no hay culturas ni religiones aisladas. En la geografía real (India, Europa, Estados Unidos) muchas nacionalidades, tradiciones, idiomas y creencias conviven en un mismo espacio. Ni se diga en la geografía virtual de Internet: todos estamos ahí instantáneamente y las carica­turas de Mahoma publicadas en Dinamarca le han dado la vuelta al mundo entero durante semanas, al igual que la fatwa de líderes inte­gristas islámicos que han condenado a muerte a los caricaturistas.

En estos días hemos visto muchos carteles como estos: "Europa es el cáncer y el Islam es la solución "; "Decapitar a quienes insultan al Profeta”. Además ha habido muertos, y en algunos países se han incendiado embajadas y consulados occidentales; periodistas y misio­neros de ONG han tenido que huir escoltados por policías para no ser linchados. En fin, unas caricaturas que para la sensibilidad occidental eran intrascendentes (pues aquí son tolerados con paciencia los dibujos burlescos de Cristo, de Dios o de la Virgen María), han servido para echarle leña y ganarle adeptos al fundamentalismo musulmán más odioso e inaceptable.

La libertad de expresión es una conquista fundamental y amenazar de muerte a quienes la ejercen de cualquier manera es una hiperreacción que todos debemos condenar. Pero la actitud desafiante de los periódicos que reeditan las cari­caturas de Mahoma es una manera libre, sí, pero muy poco sensata de defender la libertad. Además, es contraproducente, pues sólo favorece a los defensores del "choque de civili­zaciones", a los que pretenden que hay que tomar partido por la libertad absoluta o por la religión fundamentalista.

No es así; hay un terreno de en­cuentro en esta disputa de valores entre las creencias religiosas y la libertad de expresión. Los mo­derados no gustan mucho. Ya se sabe, parecen aguas tibias, y los fanáticos los vomitan. Pero si no queremos convertir el mundo en una carnicería todavía peor de la que es, hay que acudir a los moderados del Islam, que son la mayoría, y que también rechazan que la burla se castigue con asesinatos, y a los moderados de Occidente, que entienden que sus valores de libertad no deben imponerse como algo sagrado que nunca debe ser objeto de autorregulación. Así como en la vida diaria un censor interno en el lóbulo frontal nos impide decir exactamente todo lo que pensamos, la libertad de expresión no consiste en publicarlo todo, sin tener en cuenta las heridas íntimas que podemos propinarles a los demás. Así como no se deben publicar chistes racistas, comentarios antisemitas o instigaciones a la violencia (y más por autorregulación que por decreto), la burla hacia lo que otros consi­deran sagrado debería siempre ponderarse con calma y moderación.

En el Corán hay episodios en los que Mahoma responde a los insultos con amabilidad. A las burlas y a los escupitajos, Jesús no se oponía con violencia, sino con una sonrisa entre triste y condescendiente. Uno no se imagina a Buda ordenando que le corten la cabeza a nadie porque se burló de su barriga de goloso. Lástima que en general los fundadores de religiones sean mucho más pacíficos que algunos de sus segui­dores. Tampoco los fundadores del pensamiento ilustrado eran fanáticos furibundos. Voltaire y Diderot eran filósofos de buen humor que jamás instigaron a la defensa furiosa -aun a costa de vidas humanas- de ciertas libertades.

En este mundo complejo y multicultural que nos tocó vivir, donde en el mismo espacio conviven muchos tiempos históricos, muchas culturas, muchas sensibilidades, es mejor evitar (no por leyes inadmisibles, sino por autocontrol) las expresiones que ati­cen los odios y promuevan la intolerancia. En el río revuelto de los insultos y las amenazas, los que más pescan son los fanáticos, y es a ellos a quienes tenemos que temer y aislar.